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Con el sutil planeo de las aves percibo susurros que sugieren la imagen de un viñedo en el que cada cepa es una palabra, cada hilera un poema, cada callejón una pausa. Ya no tengo dudas: Nora Bruccoleri ha logrado una abundante cosecha, y nos invita con la uva fresca del postre, el vino embriagante de las ceremonias de la amistad, las pasas dulzonas que conservan la tibieza del otoño.

Viajo hacia mi infancia campesina y recuerdo que a la vendimia sucede la fiesta de hurgar en las cepas y me decido a melescar, a encontrar entre las hojas los ocultos racimos de mi predilección y hacer con ellos el arrope de este simple prólogo, en homenaje a mi amistad con Nora, a la exuberancia de sus gestaciones poéticas, a su honesta y firme actitud ante la vida, expuesta con rigor y sin vacilaciones cuando afirma su credo poético: “Sustento la poesía como floresta y victoria./ Me acostumbro a ser cadencia de sus largos pinceles./ Casi una alondra./ Un racimo guardo para el juglar de remotas fragancias”.

Juan Coletti

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