Los poemas de MANUSCRITO DE LOS DESTERRADOS pertenecen a una mujer rigurosamente coherente. En estos tiempos camaleónicos, no es decir poco. Nora Bruccoleri es docente y militante, o mejor dicho (la conjunción se presta a equívocos), docente-militante. En su existencia, la enseñanza y el activismo no son compartimentos estancos, sino dimensiones inextricablemente ligadas, simbióticas. No hay ninguna escisión, ningún divorcio. Muy por el contrario, ambas se constituyen en términos de una fecunda relación dialéctica. El compromiso con la docencia -compromiso auténtico, total, perenne- conduce necesariamente a la militancia. ¿O acaso es posible en este rincón del mundo abrumado por las injusticias, ser genuinamente docente sin ser, a la vez, militante? Sólo la complicidad o el desinterés podrían explicar que un maestro evada su compromiso social en este hic et nunc tan angustioso y apremiante.
La autora es -decíamos- una docente-militante, alguien que milita porque enseña, y que enseña porque milita. Tal afirmación es el mejor modo de introducirnos en su tercera pasión: la poesía. Ésta es, como se desprende de su ethos social, la síntesis palpable de dicha dialéctica, el fruto acendrado de ese doble compromiso con la verdad en tanto maestra y con la justicia en tanto militante. No hay, pues, esteticismo alguno en sus versos; ninguna torre de marfil los guarece de la sociedad y sus acechanzas. Antes bien, aquellos se inscriben en un hacer solidario y rebelde que les da fundamento y sentido; habitan resueltamente a la intemperie, de cara a todos los males que aquejan la convivencia humana. Los poemas de Bruccoleri no son asépticos, sino infinitamente permeables. No representan una evasión, ni una distracción; tampoco un mero accesorio ornamental. Son la prolongación y culminación de una praxis.
«Poesía para el pobre, poesía necesaria / como el pan de cada día», «Nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno», «Maldigo la poesía concebida como un lujo / cultural por los neutrales / que, lavándose las manos, se desentienden y evaden / Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse», «Siento en mí a cuantos sufren», «Cantando más allá de mis pena / personales, me ensancho», «Quisiera daros vida, provocar nuevos actos», «tal es mi poesía: poesía-herramienta»… Quien escribe estas líneas a modo de prólogo, no puede evitar -en su afán explicativo- rememorar estos versos de «La poesía es un arma cargada de futuro», el poema-manifiesto de Gabriel Celaya. Porque la de Bruccoleri es también -como gustaba llamarla el autor español- una poesía urgente.
Pero esta vocación contestataria no se traduce en una escritura panfletaria. Hay sensibilidad y lirismo en ella. Se tocan cuerdas más profundas, cuerdas existenciales. La belleza elude su sacrificio en el altar de la mera denuncia. La estética no es fagocitada por la política. En Nora Bruccoleri, poesía y militancia coexisten en igualdad, en equilibrio. La creación literaria no margina al activismo político, y el activismo político no subordina a la creación literaria. Al contrario, sobre la base de un vínculo simétrico y de un entendimiento afinado, se vivifican y enriquecen mutuamente. ¿Qué sería de la poesía sin militancia? ¿Qué sería de la militancia sin poesía? Sin duda, algo muy lejano a la utopía de un mundo pletórico de justicia y belleza. Evitando esos Escila y Caribdis que son el esteticismo y el panfletarismo, la autora ha encontrado la promisoria ruta de la poesía social.
«El arte es de creación personal, siempre; pero de finalidad social, también siempre. Nadie crea para sí nada». Estas lúcidas palabras de Rodolfo González Pacheco resumen a la perfección el espíritu de este poemario: poesía desde sí para otros, poesía desentrañada y entrañable.
Federico Mare