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PETER

a mi Hermana Angela.

Murió el amigo

con quien estuve una vez

en su jardín de los anhelos

a la orilla del Rin.

Duele no volver a ver

el cielo entero, su claridad

enredada a la tierra

elegida para estar

brotado de aires,

sonriente de encuentros.

Su fuerte abrazo

lo guardan

mis huesos memoriosos

y el preguntar por mí

será un naufragio esperando

y siempre arribando

al misterio,

ese puerto que une

a los lejanos

con el idioma

que sólo traducen sueños

y mansos oleajes.

Conocí su transparente

manera de mirar,

comenzando septiembre

en una mañana alemana.

Allí su intacta condición

le dio cuerda a la relojería

de lo auténtico.

Queda en el aljibe

de los sentidos

su brindis con lo cordial

su romance con las aguas

y la trama urdida

entre cisnes y follajes

por el sendero menudo

que abre la verja

para sentir sus pasos

hacia los gestos

de su noble vida.

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