a mi Hermana Angela.
Murió el amigo
con quien estuve una vez
en su jardín de los anhelos
a la orilla del Rin.
Duele no volver a ver
el cielo entero, su claridad
enredada a la tierra
elegida para estar
brotado de aires,
sonriente de encuentros.
Su fuerte abrazo
lo guardan
mis huesos memoriosos
y el preguntar por mí
será un naufragio esperando
y siempre arribando
al misterio,
ese puerto que une
a los lejanos
con el idioma
que sólo traducen sueños
y mansos oleajes.
Conocí su transparente
manera de mirar,
comenzando septiembre
en una mañana alemana.
Allí su intacta condición
le dio cuerda a la relojería
de lo auténtico.
Queda en el aljibe
de los sentidos
su brindis con lo cordial
su romance con las aguas
y la trama urdida
entre cisnes y follajes
por el sendero menudo
que abre la verja
para sentir sus pasos
hacia los gestos
de su noble vida.