a los Caídos en el Argentinazo, diciembre de 2001
No, no los perdimos
fuimos a la Plaza de Mayo con ellos
y antes de que las balas
quebraran las alas de su arremeter,
ellos atravesados por el imperio de la multitud
empalidecieron a interminables traiciones
acogotándolas con espontáneas señales,
pregonando a pedradas el erudito rumbo del pueblo.
No perdimos los pájaros, no,
en los bastidores de la plaza, del congreso,
del obelisco, de las calles, de los barrios,
la rebeldía con herrumbre de tango
fue vértice de quienes evocaron la presencia
tantas veces espantada por los prepotentes,
la presencia de aquellos otros pájaros.
Otra vez treinta mil perfiles rejuvenecieron,
allí lúcidas y dolientes lealtades
recobraron las crines de la razón
y a ellas se sujetaron
empuñando al firmamento.
Mientras, los asesinos huesudos de locura
agrumaron al aire,
golpearon al espejo empecinado de nuestra dignidad,
a las Madres de aquellos pájaros
y entonces y como siempre
sus pañuelos blancos porfiaron
aventando sus principios
y no hubo caballos ni bastones
que derrotaran al permanente círculo de sus pasos.
Y aunque mordió el humo a los gritos
y el suplicio de los tiros montó sudores y bronca
y se apresó de la cabellera a la imaginación,
en cada esquina se multiplicó
el historial prodigioso de la gente
que bien baraja el hartazgo
contra los cretinos y sus elocuentes trampas.
No, no perdimos los pájaros,
en las trincheras definitivas de la luz
y en la vanguardia de las sombras,
ellos son aldabas de poesía,
esa que da vertiginosa voz
a una conspiración de cacerolas
y no deja de besar la vida
en los ingenuos labios de una bandera
que llega a la orilla del valor
con un disparo en la cabeza,
a la misma hora
que las piedras implacables
tumban lo que debe ser tumbado.
No perdimos los pájaros, no,
ellos están silbando en los matorrales de la memoria.