En la corneta que canta
apegada al paso
del tambor pequeñito,
esa maravilla del latido
que vive en el juguete
más querido
y será para siempre
sentido de azahar
para la sed de los años
agradecidos por la dicha
de guardar lo jugoso
que regala el ser,
juego y más juego
desde esa calesita
ensortijada por vueltas
en nuestras maneras
abiertas a las naranjas
de la risa
y a las porfiadas fantasías
que dan cuerda
a interminables cometas
siempre atareadas
entre vuelos de colores
sabios en sorprender
a repetición el pulso
de la ternura
como un osito a pilas
que sobrevive
décadas y aislamiento
para prender luciérnagas
en las letras
ajenas a todo mal.


