La muerte
primero enoja
y después destroza
siempre sorprende
hace añicos
la inocencia
de sabernos
inmortales
es una reverenda
incolora
por demás oscura
tan pálida
de blanco
como del gris
más ceniza.
Su provocación
no tiene nombre
ni seudónimo
es claro
no tiene sangre
en la osamenta
de sus seis letras
que inventan
saber de huesos
pero nunca sabrán
lo que sustenta.
La muerte devora
hasta las palabras
de cada una
y todas
las ausencias
y del silencio
porque no sabe
ni sabrá
acompañar
ni callar.
Es toda ella
y su voracidad
el mezquino hurto
del arco iris
en el ojo
que bien ve
lo imposible
y sin embargo
la muerte es
la otra línea
yendo paralela
a la vida.