«Rosie y las cerezas», escultura de la artista noruega Berit Hildre.
De la inocencia
que es la fruta
cuando se abre
a la gratitud
de nuestra boca
y volvemos a confiar
en las verdades
que aprendimos
para siempre.
De la sorpresa
que perfuma
el instante
atravesado
por el recuerdo
que nos vuelve
al vívido latido
donde resucitamos
a quienes nunca
se fueron.
De la inventiva
que salva
a los naufragios
de la noche
esa fugitiva
del sueño
a propósito
de prolongar
la intimidad
pactada
con el fin del día
que no quiere morir.
Del deseo
rubio de sol
para retener
la colmena
de un aromo
florecido
y celebrarnos
viendo la foto
de los años
que nos siguen
conviviendo
en la casa
donde el polen
inspira vibratos
del violín
que volvió a sonar.
De la bondad
que guarda
una cajita
de entrañable
memoria
porque las alas
suelen estar a mano
para desplegar
vuelos necesarios
y vencer
a tanta infamia
que no merece
nuestra dignidad.


