Otra vez
tenemos que sanar
el alba.
Duele desde años
este nombre
y ahora más.
Otra vez
pedirle perdón
a los trinos
a tanto en flor
a la niñez
que vivió
ese infierno
a fin de octubre
en aires
que no fueron buenos
y a la que lo vio.
Lágrimas
se atragantan
imágenes de madrugada
la peor dicen
de sus vidas,
testimonios
palos
en el centro
de la indignación.
Dolor!
-Me incendiaron
todo
hasta mis documentos
los de mi señora también,
dijo un señor.
Cómo olvidar
la identidad
de lo que somos
no lo permite la decencia
y mucho menos
cómo no mirar.
El desalojo
de la crueldad
de la mentira
de la mezquindad
se hizo
y ha dejado
los pasos puestos
en el seguir
no en soledad
para gritar la náusea
contra los verdugos
de techos para vivir
contra los que gobiernan
el destierro.
Este éxodo
enrostra la historia
hay un antes y un después
que aborrece complicidad.
Tocar el frío
la intemperie
con helicópteros
que desvelan,
inundarse
hasta la desazón…
Hay que estar
en el baldío
de la cesantía
del hambre
hay que estar
donde se quema
el único lugar
para no caer
en la muerte
del abandono.
Miserable es acusar.
Cobarde callar.
Mil cuatrocientas familias
entre horizontes
ahora desconsolados
vieron dar de mamar
donde se hizo una escuelita
y organizó la dignidad.
Una marca que empuña
manos abiertas
en este tiempo
y su crudeza
para saber
con quienes hay que estar
cuando vienen a los tiros
intentando apagar el ojo de la luna
para que no salga el sol
pero aparece
porque en la mira
ve la lumbre
de la solidaridad.