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BLANCO Y NEGRO

A mi Madre

Prolija transparencia

que adivinaba lenguajes

como el de las flores

en la bondad

de vivir contenta

esquivando sutilmente

odiosos agujeros

donde caía el día

y se rompía la noche.

Niña hasta mujer

siempre intacta

en la sorpresa

de estrenar la risa

entre costuras

de inocencia.

Lentamente

para aliviarnos

se fue yendo

con el oro otoñal

que adoró

como a las tardes

por los tonos

de confidente soledad.

Nos dejó dobladita

impecable

la sencilla manera

de seguir en la vida

siendo tranquilo oído

mientras la risa abierta

nos moja los ojos

para despertar

momentos

de ese pasado

donde fue rosedal

y sentir su aroma

robado a la muerte

en la mesa puesta

y en el tejido

pronto a terminar,

allí sus manos

siguen anillando

aquello tan preciso

para empezar

otra vez a ser

sin la nada

de no estar.

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