Ella abre gajo a gajo
las alegrías
de su libertad
y a lengüetazos
que besan
con la fidelidad
del encanto callejero
es siempre ágil
como cantera
de júbilo.
Así es nuestra amada
morocha de lo frutal
que signa vitalidad
mientras protege
con vigor
desinteresado
el retrato del barrio
y nuestra casa
desde las castañuelas
de sus uñas
que celebran
el pasar
de los años
siendo la más diosa
entre las lunas
por su esencia
aceitunera
del siempre estar
con las orejas
aceitando
los cuidados
que nos vuelven
por su cariño
de heroina
que regresó
más de un vez
cuando se la llevaron
la nobleza
atravesada
según el cosmos
de las perras
como ella
en pasión
que sólo traducen
sus ladridos
su mirada.