13 de Enero 2019
En el camino de la lluvia
la palabra rodando
con sus vapores
es un viaje
hacia el oeste
donde azulan montañas
que desde mi vereda
ondulan el ver.
Vamos por los labios
del llano
que nos volvió
flor de pájaros
por unos días.
Viajar enrulansias
las pone tan lindas
tan molino de viento,
apretadas verduras
de campo abierto
porque crecen
y crecer siempre
es pastar
a nuestras anchas
como esos animales
que miran
con tanta melancolía.
Se congregan árboles
entre maizales
que doran
con sus cabezas
el cumplir tiempo
cuando se lo vive
desde el entusiasmo
que golondrina venas,
cuando se huele
tierra mojada
de tal manera
que se vuelven
girasoles los pulmones.
El pasar siendo
retrato de lo que llama
es ser silbos de la isla
que entre juncos de río
nos tatuó el alma,
zorro que cruza
nuestro regreso
en la ruta
hacia lo cotidiano.
Ser villa
de lo que perdura
después de platearnos
la memoria
con cosas
que hicieron seguro
el hito de la infancia,
villa en un lugar
llamado Olmos
entre amigos del fuego,
así jardinea la condición
de seguir siendo
eso que elegimos
con la frescura
que vemos,
gotas del cielo
haciendo redondeles
en los charcos
para dejar
en los pergaminos
de nuestras huellas
semillas de tinta,
obra condenada
a ver la luz
bajo la música
de Alguien
que pregunte
por esa costumbre
que hizo de Nosotros
rojosoles
de tamaña porfía.
Regresar a casa
con las lecturas
que sólo nos habitan
por algunas páginas.
Ir al lar
de nuestros perros
cuando un gran río
atravesó la osamenta
de la admiración
y nos dejó
entre las manos
un ramito silvestre
por si se nos antoja
entrar al cuadro
que pintó ausencia
de espigas
con rostros de hambre
y después
porque existe
el después
quedarme tranquila
ante el silencio
de la quietud,
a lo sumo
volverlo libro
del convencimiento.