a Inés Duran
La gigantez de lo delicado
se posa sobre nuestro existir
para que le demos la espalda
a cada provocación del vacío.
Con la compañía del asombro
al que nunca le privaremos
de nuestra confianza
nos quedamos en calma
dirigiendo la mirada
al rumbo de los inicios.
Somos el canto del capullo
que enmudece al esperar
ser en la mudanza solitaria
de olvidar el arrastrar
por la delicia de volar.
Mariposas al fin quizás
de los vientos heredados
por nuestras ancestras
que hilvanaron inocencias
en el ombligo del renacer
para que nosotras
con la mensajería
de colores porfiados
nos pongamos alas
cada vez que lo cercano
se triza con o sin razón.