Subirse a los dedos
del vuelo que rompe
el piso que detiene
y dejarse llevar
por lo que sea
imperio de lo bueno
que hace olvidar
las pérdidas
y lo agrio
de los miedos.
Posarse en el índice
de los colores
que trasnochan
pero en el día
son sanas ambiciones
robadas al hueco
donde suele la nada
hacer nidos.
Atreverse a las alas
de aquello agitado
entre manuscritos
donde la valentía
señala el rumbo
para salir al contento
de un viaje
con piel de cielo.