La del tiempo
que se queda
en aquel papel
pegado en la porfía
de lo cotidiano
por años y años
que creyeron
llevarse mi niñez
pero los guiños
perpetúan ternuras
el afán
de mi madre
sosteniendo lo bello
y la fantasía rosamarilla
de un aparador
donde se cuidadan
esmeros y anhelos
del seguir
enrielando asombros
para contemplar
como una mujer
desde el oriente
de unas flores
convertida en ramo
desde sus dientes
cuelga al revés
la existencia sutil
de lo férreo.