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CIENTO NOVENTA Y CUATRO

En la hierba fresca

de los parques

donde nos recostamos

a ver las nubes

que pasan

dando forma

a lo que se nos antoje

en esas nubes

y en el rock

de la eterna juventud.

En el juego

que nos columpie

como en la niñez

y nos haga tocar

con las puntas

de los pies

y de los anhelos

el cielo de ahí nomás

que más queremos

para estar a gusto

donde y cuando

sea preciso.

En el agua

al beberla

como si naciéramos

en sorbos

vueltos trinos

en la primera hora

de la luz del día.

En la compañía

de los cuentos

que surgen

de magias creíbles

para que vuelen

zapatillas entrañables

por el aire

viento

brisa

por justicia

y sustancias

de la memoria

izada y danzante

en los árboles

del no olvido

que a perpetuidad

semillan.

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