La tinta del magisterio
no vacila ante propósitos
que indagan contrastes
entre señales vigías del pasado
y premisas de lo venidero.
Renueva la definición
de la sabiduría
en el umbral cotidiano
de lo vivido.
Y con ella escribe
transparencias
calando geografías
determinantes
en el cavilar y en el obrar
por el legado
de aquellas lides,
al fin de la segunda década
del siglo veinte,
en un octubre que fructificó
ante la robusta huelga
de las maestras mendocinas,
empeñosas mentoras
de lo prolífico,
a las que violentaron
con atroz alevosía,
sin miramientos
a la bienamada condición
de sus labores.
El abuso encarnizado
del gobierno de Lencinas
y matones absolutos
allanó con ruindad,
golpeó ciegamente,
expulsó a San Luis
y a San Juan
a pie,
amarradas las manos,
al ostracismo,
por el desierto
que escalda el arraigo
a ellas
y a otros adalides
que contradecían atropellos
y atizaban altitudes
y espesores de lo justo.