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EL ÚLTIMO TREN

A mi Padre.

Al Padre de mi Padre,

mi Nono Vicente.

Espiaba el reloj con temor,

hurgaba en el humo de las idas y venidas

su pacto con el tiempo;

el humo que amó como estandarte en el siglo de las huellas,

testigos bruñidos del hombre que por la ventanilla,

era un pueblo en sombras,

ante la vocación de la inclemencia,

y suicidando gritos era el corazón

brotando de los pasajeros que pestañaban contra la muerte.

El mismo hombre que esparció las migas de la maravilla,

cuando la noche le abría los ojos en las letras movedizas

del camino.

Hoy,

con latidos de tierra abandonada,

se queda parado en la estación,

y entibia la espera

buscando por última vez,

aquel lenguaje en la distancia que acerca el partir,

el andar

y el llegar,

allí donde la fortuna es un encuentro.

Espiaba el reloj con temor,

y por la sangre de sus rieles corría la herencia laboriosa,

de cada ferroviario que lo vistió de azul.

Oyendo la agonía de sus ruedas los veía como son

fieles quebrachos del país,

fraternos en el andén inconfundible de la historia.

Lo humano le dió el concierto de todo viaje,

y la mano del olvido,

del poder

le baja la barrera a tanto llevar,

a tanto mirar

y a tanto abrazar.

El siglo no perdonará este duelo oxidado.

Las vías son venas sin campanas,

sin pañuelos ni equipaje.

Son la pena sin entierro de este último tren.

PORTADA // DIARIO SAN RAFAEL

Sábado 08 Diciembre 2012 San Rafael – Mza.

El viejo ferroviario todavía añora el paso del tren

Alfonso Bruccoleri.

Tiene 83 años y sus recuerdos están estampados en una foto amarillenta e imaginaria donde lo único que ve es el paso del tren. El tren no ha vuelto nunca más a pasar, pero él sigue insistiendo que esa figura gigantesca que se recorta en el horizonte trepidando por los rieles del tiempo es el viejo y querido tren con quien transcurrió gran parte de su vida. Como todo a ex ferroviario, a quienes les lastima lo que hicieron con el ferrocarril en la Argentina, a don Alfonso Bruccoleri le duele más ver amontonados en los antiguos talleres y depósitos los restos mortuorios de aquellas viejas máquinas a vapor olvidadas y desechadas, nada menos que ellas que fueron las que abrieron los caminos del progreso a lo largo y ancho de la patria, las que ayudaron a fundar pueblos a la vera de las trochas, las que llevaron a centenares de criollos e inmigrantes a lejos parajes de la Argentina a sentar las bases de la otra soberanía nacional.

Don Alfonso Bruccoleri, hijo de italianos que también ayudaron con su esfuerzo al país que los había recibido con los brazos abiertos, anduvo por los caminos del riel durante 40 años, conoció las vicisitudes y las alegrías y se sintió y se siente orgulloso de lucir el pomposo título de ex ferroviario. Trabajó en los talleres del ferrocarril en diversos puntos de la Argentina: en Palmira y en Junín(Buenos Aires). Años después, es nombrado jefe de zona de la División Tracción, que controlaba las zonas de San Juan, Palmira, Monte Comán y Pedro Vargas, y lo hizo con ese fervor del hombre que supo cuidar el patrimonio ferroviario porque sabía que mucho nos había costado a los argentinos retornarlo al patrimonio nacional. Ya en su serena ancianidad recuerda cuando trajo a San Rafael junto con otros empleados del ferrocarril la querida locomotora 315 emplazada en la plazoleta del Inmigrante frente a la Rotonda de la Bandera en la más que centenaria estación de nuestra ciudad.

En una carta enviada a su “querida familia” residente en San Rafael Alfonso cuenta que “fue la primera que llegó a San Rafael en 1903 y con su instalación este acto formó parte de los festejos del cincuentenario de la ciudad que se celebró en 1953. Por favor entreguen estas fotos a las chicas con todo cariño y que me perdonen la demora, ya que tuve que revisar más de 4 mil fotografías de mi paso por el ferrocarril”. El tiempo ha pasado y don Alfonso, con sus 83 años, se ha refugiado en los hermosos recuerdos que le dejó su paso por el trabajo del riel. Seguramente que el día que escuchó el último pitazo del adiós del tren un lagrimón se le habrá escapado en medio de la paz solariega de su casita. Hoy solamente le quedan los testimonios de viejas y amarillentas fotos y algún que otro abrazo con sus viejos amigos con quienes a veces vuelve a compartir recuerdos del ferrocarril como en los tiempos idos.

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